Anclada, derramas el cuerpo sobre horizontes que no vives. Emerges en la desidia de tus universos de olvido, de tu memoria abandonada.
Ensombreces. Te elevas en un suspiro de claridad… Te pierdes. La piel cubierta de brumas matinales. De eclipses celestes.
Adormeces en los brazos de un amor embravecido y celoso como los mares antiguos. Que no te deja partir. Estremecerte en las aguas y huir hacia los fondos de arena en los que se enredan los vértices donde afloran los destinos.
Te arropas en su arrullo, en el rumor de sus rompientes acompasados. Te calmas en su balanceo. En su pasión rendida, enamorada de la belleza de tu quietud. De tus silencios.
Tú. Callas. Tiemblas. No duermes. No se cierran tus ojos en las noches, si los cielos se vierten sobre ti. Si se acercan desvelando estelas de navegantes perdidos.
Aguardas, con la mirada prendida en lo alto, conteniendo el pulso líquido del calor, esparciendo cristales de coral, a que lleguen los vientos, las lluvias esmeraldas del Este recitando cuentos y leyendas de azules profundos, de encuentros, de desiertos donde perderte.
Tú. Esperas.
Y yo, que te miro desde la distancia de tus bahías, me disuelvo en la humedad de tu aire. Respiro la tibieza de tu profundidad. Tiendo los dedos para rozar las orillas de tu vestido, para desnudar las heridas de los tiempos perdidos, de tantos que pasaron de largo sin verte, de tantos que llegaron para desposeerte de ti misma, de las huellas que dejaron en ti.
Déjame vencer las aristas tras de las que te defiendes de la sal de tus amores.
Déjame arribar a tu frontera. Adentrarme para encontrarte en la suavidad de tus formas y reposar mi frente en la cavidad de tu talle.
Déjame despertarte de la soledad en la que encierras los sueños.
No me temas. Mírame. Espero. Un desvarío en las líneas de tu perfil. Una entrada de mar. Un ángulo abierto, para desembarcar.
Rita Exposito
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